En nuestras vidas, mucho de lo que aprendemos por experiencia, es por ensayo y error. Mientras más nos educamos hay una posibilidad de cometer menos errores y de tener más oportunidades. Pero, ¿qué rol juega el fracaso en el aprendizaje?

De hecho juega uno muy importante. Cuando vemos al fracaso como una motivación para trabajar más fuerte o de manera diferente para alcanzar el éxito, abrimos las puertas a nuevas experiencias, nuevos conocimientos y a nuevas vías de acción. Mientras más motivados estemos por transformar el fracaso, mayor será el logro, siempre y cuando ejecutemos las acciones necesarias que nos lleven hasta esa meta. La motivación convertida en acción, es muy poderosa. Se transforma en voluntad y en compromiso.

Por el contrario, si el fracaso nos desmotiva, nos paraliza o no lo superamos, no logramos alcanzar lo que nos hemos propuesto. El aprendizaje se detiene, las oportunidades se cierran, las opciones disminuyen. Nos detenemos en un “estado” más fácil de manejar porque nos escudamos con pretextos. Traspasar las barreras nos genera temores por lo que podemos caer en la “tentación” de mantenernos en esa zona de confort en la que justificamos nuestra parálisis o nuestro enojo o nuestra tristeza, aunque esa actitud pasiva no mejora nuestra frustración y podamos incluso enfermarnos.

De aquí la importancia del posicionamiento mental. Si adoptamos una posición o actitud positiva, optimista, luchadora y comprometida con nuestras creencias y nuestras metas, si nos definimos como personas que consideran al fracaso una parte natural del proceso de aprendizaje, que nos da fuerzas para vencer obstáculos y fijarnos nuevas metas, y que lo aceptamos como un proceso que no se detiene durante nuestras vidas, sin duda estaremos más cerca de nuestro estado ideal y de alcanzar el futuro que hemos proyectado para nosotros.

Cuando investigamos o conocemos la historia de grandes líderes de la humanidad, encontramos que muchos de ellos no nacieron con un talento natural o con unas condiciones favorables. En realidad, tuvieron que trabajar muy duro y esforzarse más allá del promedio para alcanzar sus metas. Mencionemos uno de estos personajes: Winston Churchil. En su infancia (1888) ingresó en la escuela Harrow y fue incluido en la clase de los alumnos más retrasados. Posteriormente, fracasó dos veces consecutivas en los exámenes de ingreso en la Academia Militar de Sandhurst. Pero, una vez logró ser aceptado en la institución, cambió radicalmente: trabajó con empeño, se aplicó en sus estudios y comenzó a destacarse entre los alumnos de su nivel. Con el tiempo, renunció a la vida militar para dedicarse a la política y se afilió al Partido Conservador en 1898, presentándose a las elecciones un año después. No obtuvo el acta de diputado y decidió trasladarse a África del Sur como corresponsal del Morning Post en la Guerra de los Bóeres. Allí fue hecho prisionero y trasladado a Pretoria. Consiguió escapar y regresó a Londres convertido en un héroe popular, pues había recorrido en su huida más de 400 kilómetros, afrontando varios peligros. En 1900 logró un escaño como representante conservador de Oldham en la Cámara de los Comunes e inició una importante carrera política. Pero, durante la Primera Guerra Mundial, a pesar de sus esfuerzos por mejorar las condiciones del ejército de su país y su modernización, el fracaso de la batalla de los Dardanelos (1915) hizo que, finalizada la Guerra, fuera relegado a un papel secundario dentro de la escena política. Años después, cuando Adolf Hitler se convirtió en una amenaza para la paz mundial, Churchill proclamó la necesidad urgente de que Inglaterra se rearmara y emprendió una lucha solitaria contra el fascismo emergente. No fue escuchado. La nación estaba mal preparada para la Segunda Guerra Mundial y cuando fue nombrado Primer Ministro en 1940, pronunció una arenga que se convirtió en lema popular durante cinco años: «sangre, sudor y lágrimas». Formó un gobierno de concentración nacional que le aseguró la colaboración de sus adversarios políticos, y creó el Ministerio de Defensa. Cuando Francia quedó sometida al dominio de Hitler, convocó una reunión de su gabinete y dijo: «Bien, señores, estamos solos. Por mi parte, encuentro la situación en extremo estimulante.» Churchill hizo todo lo posible para que Estados Unidos y la URSS entraran en la guerra, lo que consiguió al poco tiempo. Dirigió las operaciones militares y diplomáticas trabajando entre 16 y 18 horas diarias, transmitiendo a todos su vigor y contagiándoles su energía y optimismo. El día de la victoria aliada, se dirigió de nuevo al Parlamento y al entrar fue objeto de una ovación, la más grande que registra la historia de la asamblea. En 1953 fue galardonado con el Premio Nobel de Literatura por sus Memorias sobre la Segunda Guerra Mundial. Su legado trascendió los límites de Inglaterra para convertirse no solo en el héroe de su nación sino también en uno de los estadistas más importantes del siglo XX.

El trabajo duro y superar los fracasos son factores que se repiten en las biografías de estos personajes que aún destacan en la historia. Los individuos que superan sus fracasos y luchan más allá, siempre dejan un ejemplo. Trabajar con tesón genera carácter, fortaleza y nos motiva a superar los escollos.

No permitamos que los fracasos nos paralicen. Posicionemos nuestras mentes en una actitud mucho más positiva considerando los reveses como parte de nuestro proceso de aprendizaje. El secreto estará en motivarse, en trabajar con ahínco e intentarlo de nuevo.

Tracemos nuevas líneas de acción que nos abran las puertas a nuestro futuro.